El otro día llamé a Galder Reguera. Trabaja en la Fundación Athletic Club y escribe columnas en El País y As.
Le llamé a la diminuta Maruri, donde vive, y empezamos hablando de sus niños y su caserío (“La casa es vieja. Y lo que me cuesta mantenerla, horrores me cuesta, tiempo y dinero. Pero le he rascado tiempo a la vida y tengo un jardín maravilloso”) y también de sus columnas y sus libros, y una cosa nos llevó a la otra y de ahí, cómo no, al fútbol.
(Y no podía ser de otra manera: al fin y al cabo, nos une un hilo argumental, el equipo de fútbol de La Cervantina, escuadra de escritores-futbolistas que dirige Pedro Zuazua en la que aún no he podido debutar: cada vez que Zuazua me convoca, me sale el tiro por la culata).
Galder Reguera publicó Hijos del Fútbol en el 2017 y ahora publica Por qué el fútbol (Geoplaneta), una selección de sus columnas que mezcla todo tipo de artes, el cine, la literatura, la pintura (“soy hijo de pintores”), la música y el fútbol mientras descarta cualquier otra disciplina deportiva pues su pasión por el polideportivo, me cuenta el hombre, nace y muere en Marino Lejarreta, legendario ciclista vasco de los ochenta.
–¿Y eso? –le pregunto.
–De niño, adoraba a Marino. ¡Cómo recuerdo el día en el que se retiró! Allí tuve mi primer contacto con la irreversibilidad del tiempo. Me dije: ‘¿Cómo voy a ver una etapa si no la disputa Marino?’.
Desde aquel día, me dice, ver ciclismo es para él un recordatorio del paso del tiempo, es como si quebrara su equipo, el Athletic.
–Si quiebra el Athletic, se acaba todo.
Marino ya no pedalea pero el Athletic aún sopla, y en la tribuna de San Mamés, Galder galopa
Marino Lejarreta ya no pedalea pero el Athletic aún sopla, como el viento, y en la tribuna de San Mamés, Galder Reguera galopa a tumba abierta: se declara apasionadamente fanático del fútbol, y eso es mucho pero de ahí no pasa, y ese espíritu me reconcilia con este deporte. Me demuestra que podemos vivirlo y sentirlo sin ponernos estupendos ni estúpidos.
–Los aficionados que se enfadan en la grada me generan sentimientos ambivalentes porque yo soy así. Si perdemos, lo llevo mal, y el disgusto me dura. Soy sufridor, ese es el tipo de espectador que me fascina. Eso sí, los violentos, fuera.
Los violentos no son muchos, aunque son suficientes y acostumbran a ser adultos, y su ira, como la peste porcina, se expande por el verde y nos pone contra las cuerdas. Gracias a Dios, nos quedan los niños. “Si el fútbol es el problema, la infancia es la solución”, me recuerda Galder Reguera que escribía Juan Villoro, y de ese modo debe ser, vale ya de idioteces:
–Tomémonos el fútbol como lo que es: un juego de niños.
–Pues nos vemos sobre el verde, Galder.
–Nos vemos, nos vemos.

Hace 2 días
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