Juan Echevarría: genio y figura

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Un hombre de férreas convicciones y de raíz joseantoniana entendió el momento y la circunstancia orteguiana del reto democrático. No cabían en él las medias tintas, y así lo demostró desde su paso por la universidad hasta su compromiso con Manuel Fraga, con la Transición y con la Democracia. 

Juan Echevarría fue un hombre poliédrico, resolutivo, valiente de juicio y de actividad. Él, que pasó hambre de niño, que no tuvo “ni siquiera una bicicleta” –como él se lamentaba–, que vivió una guerra difícil que a su padre le costó su empleo de capitán de barco de la Compañía Trasatlántica, conoció en sus 101 años los reveses y avatares de un período existencial que se iniciaría en 1924. “Yo he pasado hambre y no me jacto de haber sido pobre. ¡Y lamento haber sido pobre!”. 

Ya desde los 16 años costeó sus estudios trabajando y hubo de remar casi siempre a contracorriente (“Mi padre se quedó sin barco y sin ahorros. Fue de los que ganó la guerra y perdió la paz”). Su tenaz empeño dejaría huella en aquellos años de sus estudios primarios y secundarios en el colegio La Salle y en el Instituto Menéndez y Pelayo. Su currículum pronto iniciaría una escalada prodigiosa: Derecho en la Universidad de Barcelona, Ciencias Políticas en la de Madrid, graduado en Estudios Superiores de Empresa por la Universidad de Navarra y diplomado en Relaciones Industriales por la Universidad de Massachusetts (EE.UU). 

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Premio Excelencia Empresarial de Foment del Treball a Juan Echevarria Puig en el 2023 

ZOWY VOETEN / SHOOTING 

Tras su paso como docente en la Universidad de Barcelona como profesor encargado de Sociología en la facultad de Derecho y Económicas, Echevarría abrió sus horizontes con mayor ambición. Fue Gerardo Salvador Merino –exdirector de los Sindicatos Verticales, condenado a ser fusilado por Franco por el delito de su pertenencia a la masonería, a quien después indultaría– quien le ofreció un cargo directivo en Motor Ibérica, sita en aquellos entornos en la Avda. Icària de Barcelona. Curiosamente Juan Echevarría, que en sus años de estudiante fue jefe del SEU, con el mismo empeño de su fe joseantoniana, se entregó a la causa de abrir horizontes con gentes de izquierdas cuya amistad le acompañaría hasta el final de sus vidas: es el caso del profesor marxista Manuel Sacristán y el socialista exiliado Josep Pallach, fallecido en 1977. 

Resulta harto difícil dilucidar hasta qué punto priorizó su condición de político sobre la empresarial. A mi parecer la definición que le correspondía sería la de un político de empresa, pues ambos conceptos resultaban indisociables en su identidad. Como empresario alcanzó los máximos niveles ejecutivos después que en 1957 fundara INCOR (Ingenieros Consultores en Organización). Entre 1963 y 1966 dirigió la firma hispano-alemana Jurid Drim (industria de componentes para el automóvil). Quizá con esta experiencia se forjaría su designio profesional en un sector que le otorgaría las mayores satisfacciones profesionales, a pesar de la inconveniencia que le supuso, siendo presidente de la compañía Perkins, su enfrentamiento histórico con el líder de CC.OO. Marcelino Camacho. Un gesto muy propio de Juan Echevarría, harto de las huelgas del final del franquismo, que dejó rastros en la batalla sindicalista de su tiempo, y que le costó la cárcel durante unos meses. Al salir de ella y ante la precariedad de sus condiciones de vida, tras perder Marcelino Camacho el juicio para su reinserción en Perkins, Echevarría lo remedió con un sueldo de por vida si “él se compromete a no armar huelgas en ninguna de las dos empresas donde esté usted”, según compromiso de su intermediario. Aceptó la condición y Marcelino Camacho percibió su sueldo hasta su fallecimiento. Genio y figura. 

Otro hito de su vida político-empresarial sería la negociación con la firma japonesa Nissan cuando Motor Ibérica atravesaba una angustiosa coyuntura. La gestión personal de Echevarría en Japón supuso el salvamento de Motor Ibérica y la apertura de Catalunya al capital nipón que, con anuencia de Jordi Pujol, leal y solidario componedor de entuertos con él. Uno más de sus “milagros” políticos del casi funambulista Echevarría. A Jordi Pujol le abrió las puertas de Japón a partir de 1982, y el capital japonés fue uno de los más pródigos manantiales de inversión en la Catalunya de la autonomía y del Estatut de 1979. Un puente sólido que también utilizaría Felipe González y cuya estabilidad se frenó con el procés

En aquellos años de 1980 a 2010, el empresario culminaría su carrera en el mundo económico: accede al Consejo del Banco Internacional de Comercio (1977-1981), participa en la fundación de CEOE como miembro de su comité ejecutivo (1978-1980). La presidencia de Nissan-Motor Ibérica (1982-2000) le franquea las puertas a un protagonismo social que acreditaría su condición de hábil negociador, a la par que le confiere un destacado protagonismo empresarial y político: preside la compañía Ebro-Kubota SA (1986-1989), accede a los consejos de FECSA en 1987 y de la Mutua General de Seguros (1989-2002), vocal del Consejo del Puerto Autónomo de Barcelona (1992-2000) y del World Trade Center (1994-2022).

En Echevarría fue indisociable no utilizar la política como instrumento de gestión y relación, su talento político vino a resultar un trasunto de realismo, compromiso y solidez. Sin renunciar a sus ideas de origen, buscó siempre la oportunidad –lejos del oportunismo– para defender sus principios desde la elasticidad en el cómputo de las circunstancias. De esta guisa aprovecharía y defendería la democracia como punto de partida para el cambio político, sin oscurecer de su identidad y pensamiento.  

Empezó conmigo y el empresario y banquero Josep Santacreu y un grupo de profesionales y catedráticos barceloneses a conformar una aspiración democrática de partido en 1971. Se fundó el Club Ágora en 1972 en la calle Villarroel-Gran Vía, donde se congregarían un amplio grupo de empresarios que aportarían su dinero para definir un proyecto político –Club Ágora– cuyo objetivo se cifraba en la defensa del valor público, el cambio de estructuras políticas, la configuración de un segmento de opinión de centro-derecha, con algunas incrustaciones de centro-izquierda. Formaban parte de este club: F. Rubiralta (CELSA), Jaime Torras (Torras Hostench), Luis Cierco, Antonio Renom (Sarbus, Duacastella, Autocares Julià); Juan Grijalbo, el editor filo-comunista, etc. Profesionales como Alejandro Padrós (catedrático de Hacienda Pública); Luis Cosculluela (profesor de Derecho); Pedro Penalva (profesor de Derecho Natural); el catedrático Ángel Latorre (Facultad de Derecho), etc. Fue el origen de Reforma Democràtica de Catalunya (1974-75), a cuyo proyecto se uniría el abogado del Estado, Juan José Folchi Bonafonte, y el alcalde de Pineda de Mar, Josep Aragonés, abuelo del que fuera presidente de la Generalitat Pere Aragonès. 

Hombre de férreas convicciones y de raíz 'joseantoniana' entendió el momento y la circunstancia 'orteguiana' del reto democrático

Se inauguró el local con la presencia de Manuel Fraga Iribarne, a la sazón embajador de España en Londres, y Juan Echevarría asumió la presidencia del mismo. De este núcleo y de GODSA –como sociedad de estudios en Madrid– después nació Reforma Democrática Española (1974). En 1975 ambos grupos constituyeron Alianza Popular, ya como partido político bajo la presidencia de Fraga Iribarne, en cuya génesis Echevarría tendría un papel destacado. 

Fraga le llevaría a su equipo del Ministerio del Interior como director general de Correos y Telecomunicaciones (1975). Su breve paso por la Dirección General y su clara vocación política le empujaron a crear en 1980 un partido catalán de nuevo cuño: Solidaritat Catalana, bajo el prisma de sustitución de AP en Catalunya, donde su imagen y objetivos habían sido desarticulados. Una experiencia que le costaría sinsabores y decepción con la sorprendente manipulación electoral de aquella noche de 1980 en la que se dieron rarezas en el procedimiento de recuento. Aquella desilusión, aquellas extrañas circunstancias del escrutinio sembraron en él y en cuantos participábamos –Juan Rosell, Alejo Vidal Quadras y el que suscribe– un poso de escepticismo. Tengo para mí que aquella noche se cerró un ciclo en Echevarría que le devolvió a su tarea empresarial. 

Paradójicamente es cuando en la vía de la economía alcanzaría sus más altas responsabilidades: Consejo de FECSA, primero, en 1987 y presidente de la compañía en 1996, en donde vivió los avatares que le llevarían a su fusión con Endesa, cuya vicepresidencia ocupó en mayo de 1998. 

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Fábrica de Motor Ibérica en Barcelona, empresa en la que Echevarría asumió uno de sus primeros cargos directivos 

Archivo

Hombre comprometido en lo social, colaboraría en algunos de los proyectos más ambiciosos que Jordi Pujol desde la Generalitat puso en marcha: la Universitat Pompeu Fabra le recabó para ocupar la presidencia del Consejo Social de la misma entre 1990 y 1997. Se decía que no era ajeno a ninguna preocupación social que demandara su cooperación: la presidencia de la Fundación Guttmann, miembro del Consejo Consultivo de Fomento del Trabajo Nacional o el Capítulo Español del Club de Roma. Labores que le supondrían reconocimientos y condecoraciones cual la Gran Cruz del Mérito Civil, la Cruz del Mérito Militar, la Creu de Sant Jordi y por él la muy apreciada Orden del Tesoro Sagrado, otorgada por el emperador de Japón, entre otros reconocimientos. 

Su postrera responsabilidad, ya muy avanzado en edad, ha sido la presidencia de honor de la Mutua Universal, en cuyo palacete de la zona alta de Barcelona escribió sus memorias. Un lugar histórico donde habitó el famoso doctor Andreu, y en el que se ubicó durante la Guerra Civil el consulado de la URSS. Otra paradoja de la vida de este sorprendente personaje que se enfurecía si alguien osaba bautizarle de “empresario franquista”. Un ser excepcional que, como decía Jean Jacques Rousseau: “Las ideas fijaron la coherencia de sus días”. Sin duda 101 años de plenitud existencial.

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