La carrera de armamento en Asia parece inevitable, después de que EE.UU. haya exigido una multiplicación del gasto en Defensa a los países bajo su paraguas. El acelerador está bajo el pie derecho de Donald Trump. Pero el freno de mano -colmo de las paradojas- lo tienen unas tribus guerreras que eran conocidas hace un siglo por sus cazadores de cráneos. Los aborígenes de Formosa han sido reducidos a una exigua minoría en su propia isla (2%), hoy más conocida como Taiwán, pero la aritmética parlamentaria los ha colocado en el fiel de la balanza.
Su cuota en el Yuan Legislativo es la que permitió al Kuomintang adelantar a los “secesionistas” en número de escaños en 2024. Junto a otros diputados afines, la oposición suma desde entonces una mayoría parlamentaria favorable al diálogo con Pekín. Por ello podría bloquear el proyecto anunciado el miércoles por el presidente Lai Ching Te de destinar 34.400 millones de euros más a armamento, elevando el presupuesto militar de la República de China al 5% del PIB para 2030.
El político secesionista lo considera un gasto necesario para disuadir una eventual agresión por parte de la República Popular de China. Pero desde el punto de vista aborigen, la invasión china de la isla hace siglos que empezó y el propio Lai forma parte de ella. Hoy menos de un 1% de los taiwaneses habla una lengua tribal, pero ese soplo, ese aleteo de mariposa, podría desencadenar un huracán al otro lado del océano. O mejor dicho, prevenirlo en su propia orilla.
En parte, ya ha ocurrido, por muy avanzada que esté la asimilación cultural de sus dieciséis tribus reconocidas. Esta empezó bajo la dinastía Qing y se intensificó bajo la ocupación japonesa, que los consideró infrahumanos, prohibió sus tatuajes y los forzó a refugiarse en montañas cada vez más remotas. En 1930 hicieron rodar cabezas de ocupantes nipones y la represión fue feroz.
Anuncio del proyecto de rearme por parte del presidente taiwanés, Lai Ching Te, el pasado miércoles en Taipéi, coincidiendo con la publicación de su tribuna en The Washington Post
I-HWA CHENG / AFPEl rodillo japonés fue relevado por el rodillo nacionalista chino del general Chang Kai Chek. En 1971 se crearon los seis escaños reservados para aborígenes, pero Taiwán seguía siendo una dictadura de partido único. Solo con el levantamiento de la ley marcial, en 1987, se abrieron vías de reparación con su reconocimiento como “pueblos originales”, en lugar de la paternalista etiqueta de “compatriotas de las montaña”.
En 1996, ya con democracia plena, se creó el Consejo de Pueblos Indígenas. Más adelante, en 2016, la presidenta soberanista, Tsai Ing Wen, una de cuyas abuelas pertenecía a la tribu paiwan, por primera vez les pidió disculpas en nombre del gobierno por siglos de discriminación. Una prueba de esta es que la esperanza de vida de un varón aborigen sigue siendo nueve años inferior a la media nacional. El alcohol, como en las reservas amerindias, es un grave problema.
Tsai creó una comisión presidencial de reconciliación para revitalizar sus lenguas y culturas y examinar sus reclamaciones. La más recurrente, el derecho a cazar en sus tierras ancestrales, negado por la conversión de estas en parques naturales.
La doctora Jolan Hsieh no se hacía ilusiones: “Sabemos que forma parte del juego político, para diferenciar a Taiwán de China, pero poder discutir cada cuatro meses con la presidenta representó un avance”. Hsieh pertenece a los siraya, una de las tribus completamente asimiladas del suroeste, donde el Partido Democrático Progresista (DPP) es la fuerza dominante.
Allí, los miembros de estas tribus adoptaron hace varias generaciones el mismo dialecto chino (hokkien) que hablan la mayoría de votantes del DPP. Desde la anterior legislatura, este partido empuja a favor del reconocimiento legal de tres de estas antiguas “tribus de las llanuras” y este año ha abierto el plazo para todo aquel que voluntariamente quiera inscribirse como “tribal”. Algo a lo que se oponen las dieciséis tribus indómitas, de las “montañas” y “valles”, que copan los seis escaños reservados y que temen verse diluidas.
Guerrero aborigen de Formosa en una foto de archivo
Por motivos obvios, también el Kuomintang se opone a la creación de una tercera categoría de aborígenes. Gracias a décadas de clientelismo, la cuota “indígena” siempre les ha favorecido. Desde el año pasado, además, es esta la que da la mayoría en el Yuan Legislativo al opositor Kuomintang, con 52 escaños, frente a los 51 del partido del presidente Lai. De hecho, la oposición cuenta en la cámara de 113 diputados con una mayoría absoluta de bloqueo, gracias a las 8 actas del Partido Popular de Taiwán y las 2 de independientes afines.
Salta a la vista que el resultado de los comicios de enero del año pasado supuso un tremendo contratiempo moral y práctico para los planes “soberanistas” de Lai Ching Te, bestia negra de Pekín. Para intentar subvertirlo, su partido ha forzado los límites de la legalidad, impugnando uno a uno la mayoría de los escaños del Kuomintang (más de 30 hasta ahora), por “motivos de seguridad nacional”. Convocando, acto seguido, referendos sobre su destitución en sus respectivas circunscripciones, a los que los taiwaneses han dado la espalda. En ningún caso han logrado alcanzar el 25% de participación preceptiva y más del 50% de votos afirmativos. Nulos.
Los aborígenes no están solos. El Kuomintang acaba de escoger a una presidenta, la carismática Cheng Li Wun, que dice querer evitar a toda costa que Taiwán se convierta “en la próxima Ucrania” y que afirma que el diálogo no solo es el arma más poderosa, sino también la más barata.
Foto de grupo de aborígenes de Formosa tomada antes de la Segunda Guerra Mundial
Hace casi cuatrocientos años, los inmigrantes chinos empezaron a llegar al suroeste de Formosa alentados por los holandeses (los castellanos habían estado antes en el norte). Llegaban de Fujian y hablaban un dialecto hokkien. Hoy ellos son un mar y los hablantes de lenguas tribales, apenas 600.000 mil gotas. Oficialmente hay 16 tribus reconocidas: Amis, Atayal y Paiwan son las más numerosas -centro, este y sudeste- y decenas de miles de sus miembros conservan su lengua. Son pocos porque ya en el XVII fueron diezmados por la viruela de los forasteros. A finales de ese siglo fueron integrados por la dinastía Qing. Los mismos formosanos habían llegado de China, seis mil años antes. Luego la isla sirvió de trampolín de la enorme familia de lenguas austronesias, que se difundió por vía marítima a lo largo de 10.000 kilómetros de norte a sur y 16.000 de oeste a este. Hasta el sur de Nueva Zelanda (con los maoríes) y desde Madagascar hasta la isla de Pascua. Un periplo descomunal, que incluye a las lenguas malayas de Indonesia y Filipinas. El memorial de agravios de los aborígenes de la República de China no está cerrado. Esta cometió una injusticia todavía más flagrante en la isla de la Orquídea, poblada por la etnia tan (más emparentada con los aborígenes del archipiélago filipino de Batanes que con los de Taiwán). Aunque eran 4.000, su isla fue declarada desierta para poder convertirla en cementerio nuclear. A los nativos se les dijo que estaban construyendo “una fábrica de conservas”. Los residuos nucleares siguen allí y los derechos de los pueblos originarios de Taiwán seguirán irradiando más allá de sus lindes. Aunque la abrumadora mayoría china de Taiwán se ha interesado en algunos casos por su población aborigen, nunca en la misma medida en que los neozelandeses lo han hecho por los maoríes. A menudo se ha caído en el folklore, como en el parque temático “Pueblo de la Cultura Aborigen de Formosa” (1986), junto al lago del Sol y la Luna. En él se mezclan cabañas y danzas tribales con montañas rusas y hasta una réplica del Park Güell.Cuna austronesia
Formosa fue el trampolín de la familia lingüística que va de Madagascar a la isla de Pascua, con el filipino, el malayo o el maorí

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