Ha ganado fuerza en las últimas semanas la opinión de que los jóvenes son hoy más proclives a la dictadura. Una simplificación mediática de las encuestas de opinión conduce a ese titular, sin duda goloso a efectos del clickbait. Llama la atención. Atrae lectores. La mayoría de los jóvenes siguen siendo partidarios de la democracia, pero se muestran menos militantes que sus padres y sus abuelos. No tienen un recuerdo vivo de la dictadura del general Franco, la escuela no les ha proporcionado mucha información al respecto, y se preguntan sobre la eficiencia del actual sistema político. Tienen motivos para preguntárselo. Estas dudas no les convierten en fascistas. Algunos de ellos manifiestan adhesión a los tiempos pasados para provocar a las generaciones mayores. Es una vieja historia.
Los jóvenes de los años setenta provocaban a sus padres adhiriéndose a posiciones de izquierda o de extrema izquierda, entonces prohibidas. Hay una diferencia sustantiva entre ambos momentos. Hace cincuenta años, las personas de entre 18 y 35 años, mujeres y hombres, significaban el 20% del total de la población. En la actualidad ese mismo segmento de edad representa el 12%. Los jóvenes de los años setenta tenían mayor capacidad de presión. Transcurrido medio siglo, en vez de escandalizase, la generación que tuvo una mayor capacidad de presión y de protagonismo social debería adoptar una actitud inteligente ante la posición reactiva que adopta hoy un segmento de la juventud.
¿Cómo explicar el franquismo a los jóvenes? Hay un episodio muy didáctico que merece la pena recordar y difundir. El general Franco llegó al poder con el apoyo de casi todos los obispos españoles, que firmaron una declaración que calificaba la Guerra Civil de Cruzada. (Carta colectiva de los obispos españoles con motivo de la guerra en España, redactada el 1 de julio de 1937). Solo dos autoridades eclesiásticas se negaron a secundar aquella declaración, el cardenal Francesc Vidal i Barraquer, arzobispo de Tarragona, y Mateo Múgica, obispo de Vitoria. Treinta y ocho años después, al morir el dictador, los más acérrimos partidarios de Franco pedían a voz en grito el fusilamiento del presidente de la Conferencia Episcopal, cardenal Vicente Enrique y Tarancón. “¡Tarancón al paredón!”, gritaban los ultras. Algo importante había cambiado.
El cardenal Tarancón (Castellón, 1907-Almazora, 1994) se convirtió en símbolo del aperturismo eclesial en España. La homilía que pronuncio durante la proclamación del rey Juan Carlos en la iglesia de los Jerónimos de Madrid, inmediatamente después de la muerte de Franco, se convirtió en un hito de la transición. En esa homilía, elaborada colectivamente por un grupo de eclesiásticos entre los cuales destacaba el rector de la Universidad Pontificia de Salamanca, Fernando Sebastián (nombrado cardenal en 2014 por el papa Francisco), el presidente del episcopado pedía de manera vehemente que el nuevo monarca fuese inclusivo y condujese a España a un régimen de libertades, respetuoso con los derechos humanos; un cambio político sin exclusiones, en el que la Iglesia católica no tomaría partido. Esa homilía causó sensación. “¡Tarancón al paredón!”. Anteriormente, el mismo prelado se había negado a que los funerales de Franco fuesen concelebrados por todos los obispos españoles, como epílogo de la adhesión incondicional de 1937. Los funerales los ofició en la plaza de Oriente de Madrid el cardenal primado de España y arzobispo de Toledo, Marcelo González Martín. “¡Tarancón al paredón!”.
El entonces presidente de la Conferencia Episcopal abogó por la neutralidad política de la Iglesia católica en el proceso de transición, y en vísperas de las primeras elecciones democráticas del 15 de junio de 1977 se negó a pedir el voto por la Federación Democristiana, candidatura que se presentaba al margen de UCD. No hubo, de forma explícita, un “partido de la Iglesia” en el 15-J. Un año después, la cúpula eclesial tampoco adoptó una posición abiertamente beligerante en el debate del texto constitucional, aunque defendió sus intereses, especialmente en el campo educativo, a través de los diputados católicos.
Hay que situarse en el contexto de la época para entender el significado de esa decisión. Durante siglos, la Iglesia católica había ejercido una influencia enorme en España. El régimen se había apoyado en la Iglesia desde el principio y la había convertido en su principal soporte ideológico después de la Segunda Guerra Mundial, cuando Franco se vio obligado a desentenderse de Hitler y Mussolini, a desactivar la Falange y buscar el apoyo de Estados Unidos, cosa que logró en 1953. El nacional-catolicismo se convirtió en la nueva horma del régimen. La jerarquía católica alcanzó grandes cotas de poder y el Opus Dei se configuró como corriente específica del franquismo, con una notable presencia en el Consejo de Ministros y en puestos clave del aparato del Estado. Pero a partir de los años sesenta empezaron a soplar vientos de cambio. En 1965 se clausuraba el Concilio Vaticano II con la propuesta de un aggiornamento (puesta al día).
Pablo VI fue efectuando cambios en el episcopado español hasta conseguir una cúpula eclesial aperturista
El papa Pablo VI tuvo un papel determinante en esos cambios. Giovanni Battista Montini aborrecía el fascismo. Su padre, un abogado católico del norte de Italia, editor de un periódico de orientación católica, había sido hostigado por los fascistas italianos. El cardenal Montini detestaba a Franco, y este detestaba al cardenal Montini. Pablo VI pidió reiteradas veces clemencia para los condenados a muerte en España. Llamó a Franco de madrugada poco antes de las últimas ejecuciones de la dictadura española (otoño de 1975) y el dictador había dado órdenes de que nadie le molestase. Muy gradualmente, Pablo VI fue efectuando cambios en el episcopado español hasta conseguir una cúpula eclesial aperturista: Vicente Enrique y Tarancón en Madrid, Narcís Jubany en Barcelona, José María Bueno y Monreal en Sevilla, Antonio Añoveros en Bilbao. Fernando Sebastián en la Universidad Pontificia de Salamanca. (Dos meses después de la muerte de Franco, el presidente Carlos Arias Navarro intentó desterrar a Añoveros por su actividad antifranquista). Pablo VI también invitó a los democristianos europeos a no ceder a la presión del Gobierno español para obtener una adhesión exprés a la Comunidad Económica Europea. Democristianos y socialdemócratas mantuvieron una férrea posición: sin libertades, España no se podía integrar en el Mercado Común.
Pablo VI modeló un episcopado español más aperturista y una parte de la base católica fue evolucionando hacia posiciones de militancia democrática. Una nueva generación de sacerdotes, especialmente radicados en las grandes ciudades, empujó a favor del cambio (manifestación de sacerdotes en la ciudad de Barcelona pidiendo libertad en 1966), sindicalistas católicos en Comisiones Obreras, parroquias abiertas al movimiento obrero y a la oposición democrática, (la Assemblea de Catalunya, órgano unitario de la oposición catalana, se fundó en 1971 en la iglesia de Sant Agustí de Barcelona), y contigüidad de los movimientos cristianos de base con la izquierda. Fundación de la corriente Cristianos por el Socialismo. En el extremo opuesto, un grupo de ultras adoptó el nombre de Guerrilleros de Cristo Rey. En este contexto, Tarancón pidió al nuevo jefe del Estado que fuese inclusivo y que favoreciese una democratización del país sin exclusiones.
Años después vino la amonestación. En 1982, al cumplir los 75 años, edad preceptiva de jubilación para un obispo, el cardenal Tarancón fue convocado a Roma por el papa Juan Pablo II. Una vez iniciada la audiencia, Karol Wojtyla le espetó: “Usted es el culpable, por su culpa hemos perdido España”.
La Iglesia católica evitó que España se partiese por la mitad en un momento muy delicado, vale la pena recordarlo
Pablo VI quiso que la Iglesia católica no fuese factor de discordia en la transición, no quería que se repitiese el drama de los años treinta. Para Juan Pablo II, España y Polonia eran los dos grandes baluartes del catolicismo en Europa, y consideraba que la neutralidad dictada por Tarancón y otros obispos había diluido la influencia del catolicismo en un país antaño muy creyente. El cardenal Bueno y Monreal, vicepresidente de la Conferencia Episcopal, recibió otra bronca descomunal, que afectó gravemente a su salud. A partir de ese momento se produjo un cambió de línea en el episcopado español, siendo su principal conductor el cardenal Antonio María Rouco Varela, arzobispo de Madrid durante más de veinte años.
La transición fue un proceso muy abierto, una suma de acontecimientos y de instantes, una relación de fuerzas cambiante. La anatomía del instante católico tuvo como principal protagonista a Enrique Vicente y Tarancón, considerado un peligroso traidor por los ultras, que pedían su fusilamiento. La derecha prefiere no recordarlo y la izquierda parece haberlo olvidado. Sin el espíritu de Tarancón y de los demás obispos aperturistas, sin la tutela de Pablo VI, la Constitución española de 1978 sería hoy algo distinta, o quizás se habría aprobado con menos consenso social. La Iglesia católica evitó que España se partiese por la mitad en un momento muy delicado. Vale la pena recordarlo y contarlo.

Hace 2 horas
2




English (US) ·